martes, 18 de septiembre de 2012

SALVACIÓN DE NARCISO



Mucho antes de que surgiera en mí
esta necesidad de buscarme 
constantemente en los espejos,
antes de tocar con mis manos
el prodigio de dar vida a lo que 
no la tiene, 
viajé por el mundo a lomos de un río
que me mostró la tierra tal y como era,
sin engaño ni artificio.

Liríope me trajo al mundo
con la misma esperanza y miedo
que toda madre al engendrar una vida.
Pero los dioses, que todo lo saben, 
obviaron que las profecías, los oráculos
y las supersticiones sólo se cumplen
en los creyentes.

Quizá por eso debí morir ahogado
por mi propia belleza hace tiempo.
Sin embargo, cuando llegó ese momento
y estuve frente al cristal sereno del río,
justo cuando el agua me devolvía
esa media sonrisa con la que nací,
no sentí la tentación de besarla
ni siquiera de quedarme allí
contemplándola durante horas.

Al verme ahí, agachado junto al espejo,
me sorprendió la imagen delicada
de una ninfa, como un destello
que eclipsara mi propia imagen
y la convirtiera en algo vulgar y ridículo.
Puso entonces su mano en mi cabeza
y tras despeinarme los cabellos dijo:
Ven conmigo, prometo ser muy discreta.