No hay dolor más grande
que acordarse de la felicidad
en la tristeza.
Terrible como uno intenta apresar
el mundo con palabras, o al menos,
como uno se propone encontrar algunas
que se le asemejen.
Pero es imposible.
Vamos buscando incansablemente
lo que en otras vidas hemos perdido,
perdiendo inevitablemente el presente
como arena entre los dedos.
El mar es, por ejemplo, como la memoria,
y el aire frío que lo mece, la vida,
pero qué soy yo entre tanto océano,
¿una botella sin mensaje recogida?
¿O quizá con mensaje, al fin y al cabo,
pero demasiado enrevesado
para ser entendido?
He querido amar al mundo
por encima de todas las cosas,
pero todas las cosas, es cierto,
no pueden ser comprendidas;
me conformaría con una o dos,
una o dos cosas verdaderas
que permanecieran siempre encendidas
entre el oleaje y la espuma
como faros salvadores...
Pero quise apresarlo todo
con mis torpes palabras y enmudecí
ante el mundo.
Porque en los momentos de dicha
fue el silencio lo más bello
en los ojos y las palabras lo más torpe
en la boca.
Ahora en la quietud de la vida
espero apostado en su revés de sombra
a que pase el tiempo sin excesivo dolor.
Mientras tanto los sueños que no puedo
recordar son como los poemas
que no pude componer, un cajón vacío
en el corazón donde guardar
lo que no dije a nadie por miedo,
lo que no digo a nadie por vergüenza.
Mi pequeño limbo de sueños blancos
que no formulo por miedo
a que me sean arrebatados.
que acordarse de la felicidad
en la tristeza.
Terrible como uno intenta apresar
el mundo con palabras, o al menos,
como uno se propone encontrar algunas
que se le asemejen.
Pero es imposible.
Vamos buscando incansablemente
lo que en otras vidas hemos perdido,
perdiendo inevitablemente el presente
como arena entre los dedos.
El mar es, por ejemplo, como la memoria,
y el aire frío que lo mece, la vida,
pero qué soy yo entre tanto océano,
¿una botella sin mensaje recogida?
¿O quizá con mensaje, al fin y al cabo,
pero demasiado enrevesado
para ser entendido?
He querido amar al mundo
por encima de todas las cosas,
pero todas las cosas, es cierto,
no pueden ser comprendidas;
me conformaría con una o dos,
una o dos cosas verdaderas
que permanecieran siempre encendidas
entre el oleaje y la espuma
como faros salvadores...
Pero quise apresarlo todo
con mis torpes palabras y enmudecí
ante el mundo.
Porque en los momentos de dicha
fue el silencio lo más bello
en los ojos y las palabras lo más torpe
en la boca.
Ahora en la quietud de la vida
espero apostado en su revés de sombra
a que pase el tiempo sin excesivo dolor.
Mientras tanto los sueños que no puedo
recordar son como los poemas
que no pude componer, un cajón vacío
en el corazón donde guardar
lo que no dije a nadie por miedo,
lo que no digo a nadie por vergüenza.
Mi pequeño limbo de sueños blancos
que no formulo por miedo
a que me sean arrebatados.