"Jamás estarás solo. Viajarás muy lejos, mi pequeño Kal-el, pero no te abandonaré ni aún cuando la muerte nos lleve. La riqueza de nuestras vidas pasará a ti. Todo lo que tengo, lo que he aprendido, mis sentimientos, todo eso y más pasará a ti, hijo mío. Seré tu compañero de todos los días de mi vida. Harás de mi fuerza la tuya. Verás mi vida a través de tus ojos y yo la tuya a través de los míos. El hijo se convertirá en padre y el padre en hijo. Ese es mi legado, todo lo que puedo darte Kal-el". (Jor-el, mi padre)
No soy de acero ni puedo ver a través
de los objetos,
pero a veces te hago volar sin levantar
los pies del suelo.
Como Supermán mi fuerza me viene
de los rayos del sol
y desprendo tanto calor
que mi corazón parece proceder
de otro planeta, más cálido quizás,
menos pervertido por la flaqueza humana.
No mido 196 ni peso 102 kilos
pero soy capaz de levantarte sin esfuerzo
cuando caes,
arrancándote una sonrisa cuando todo
parecía predestinado a la lágrima.
También estoy enamorado de la raza humana
y quizá por eso no necesito un disfraz
para ir a salvarte de los malos augurios,
porque sin ropa puedo seguir siendo
un superhéroe.
Mi herencia kriptoniana sigue provocando
la envidia de malvados camareros (pagados
por Lex Luthor) que tratan de matarme
sirviendome kriptonita en cada copa,
pero mi superolfato es todavía capaz
de distinguir el elixir de la cicuta.
No te podré dar un paseo interplanetario
pero te prometo que, en algunas noches,
si cierras bien los ojos podrás ver
el firmamento con la misma claridad que Lois
sin tener que salir de la cama.
Mentiría si dijera que no me gustaría
tener su superaliento para barrer
de un soplo toda la suciedad pegada
al mundo, pero a cambio
tengo una intuición de niño recién nacido
para distinguir el dolor de la alegría
en tu mirada oceánica.
Ahora podrás comprender por fin mi extraño
horario de media jornada en festivos.
El mal no descansa nunca y yo tampoco.
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