La clase media de los yonkis ha desaparecido.
Ya no exhiben sus cartones de Don Simón
por las calles, ni se les ve sonreir
en el breve delirio que les provocaba
el alcohol barato en noches de luna.
El rumor de aires acondicionados
ha dado paso a un zumbido de ventiladores,
al aleteo de abanicos en la hora de la siesta.
Esos pobres diablos han dejado de ser invisibles
por la crisis y andan avergonzados por las esquinas
esquivando el fuego de miradas,
los ojos que ven en ellos
la cercanía del abismo.
No es curiosidad que los vientres hinchados
de los niños negros
hayan desaparecido de la programación;
el hambre ha cambiado de color la ciudad
y el tercer mundo nos reclama con celo,
como una madre con su bebe muerto
aún en los brazos.
La clase media de los yonkis ha desaparecido.
Seguramente también ellos han vivido
por encima de sus posibilidades.
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