Como del salón en el ángulo oscuro,
como un mueble viejo
que no hay con qué reemplazarlo,
así estoy yo en cualquiera de sus bancos,
varado en el tiempo como una ballena
en una playa atestada de turistas,
como ciertos catedráticos eméritos
sin horas para seguir hablando de ellos mismos.
Soy atemporal como el conocimiento,
como la formación continua del estudiante
que ya ha sufrido varios eres.
Vuelvo a la universidad en busca de sabiduría,
en busca de un título que se resiste
como el punto final de una novela.
Y sí, tengo trabajo,
y sí, soy afortunado,
y sí, no me quejo,
y sí, doy gracias por mi suerte
cada día a los cielos.
Pero que le voy a hacer
si nací en el Mediterráneo.
Podría haber sido constructor en la bonanza
o político en la miseria,
haber construido con ciertas palabras
ciertas ideas que pudieran ser verdad.
Pero, que le voy a hacer,
he decidido volver a la universidad
por el placer que el conocimiento genera
en mi cabeza con sus asociaciones de palabras.
Y sí, tengo trabajo,
y sí, debería agachar la cabeza
y ser más comedido y decirlo en voz baja
para no herir sensibilidades.
Y sí, a veces lo hago,
y sí, otras no me apetece
y lo digo en voz alta
porque también lo bueno debe ser dicho.
Como del salón en el ángulo oscuro,
como la máquina del café
que hoy no da azucar pero sí palillos
con los que removerla,
así estoy yo en cualquiera de sus bancos,
como un anacronismo creado por el sistema
y por los fabras y los gürtel.
Debería llorar en cualquier esquina
porque la gente lo entendería
e incluso lloraría conmigo en un llanto
polifónico y húmedo,
pero aireo mi felicidad
como esas mujeres que pasean sus piernas
por ciertos barrios que no les pertenecen.
Y sí, debería dejarlo,
y sí, debería ser discreto en la felicidad
como lo he sido en la tristeza,
y sí, yo también lo entiendo,
y sí, quizá lo hagra otro día,
pero no hoy que tengo trabajo
y el amor me despierta cada mañana
y no puedo cerrar los ojos ante tanta alegría.