martes, 14 de febrero de 2012

SAN VALENTÍN

El amor se ha convertido en un oscuro
objeto de deseo, una especie animal rara
que se guarda en una jaula y se enseña
a las visitas a la hora del café.

Hemos olvidado lo fundamental
y lo hemos sustituído por simulacros
calculados, por montañas rusas
que curan el dolor de cabeza instantáneamente
sin dejar secuelas.

Por qué nos empeñamos en llamarlo amor
cuando queremos decir sólo sexo,
sexo que no duele,
sexo que no apresa,
sexo como una lluvia de verano
sobre el cuerpo,
sin cigarro de después,
sin palabras de después,
sin un cuerpo desnudo con el que
dormir después.

Si tiene que ser un santo, un hombre de dios,
el que nos recuerda que el amor existe,
que está en el aire que respiran los vivos
y exhalan los muertos,
quizá sea demasiado tarde para escribir
un poema que tenga sentido
y lo salve de la impostura.

Porque todo el mundo sabe que un poema
puede provocar revoluciones,
añadir años de cárcel a una condena
por cada verso escrito,
ofrecer un motivo al suicida que retrase
un día más su cita con el gatillo.
Pero no puede salvar al amor
de las sucias manos de los traficantes
de la moral.