Sin botas y tendida en la alfombra la diferencia de los cuerpos a media luz era insignificante. Estábamos tan cerca que sólo podíamos respirar el aireque quedaba tras los besos.
La casa estaba medio vacía y era como si la vida latiera escondida en sus armarios, en busca de ropas que guardaren un presente por-venir. Fuiste tajante con el vestido, había que dejar algo para mañana, algo que nos hiciera pensar en el futuro sin la certeza de que existiera.
Me sorprendió cómo te desabrochaste el corazón con ansia y te dejaste puesta la vergüenza: amaestrabas el deseo con la precisión de un domador de circo, con la presteza de una contable que ve como le cuadran, por vez primera, los números. Volviste a ser tajante con el sexo, porque sería para nosotros como un candado que nos haría sus prisioneros, pero flexible en todo lo demás, y dibujé sobre tu cuerpo el mapa de los sentimientos,dejando sobre tu vientre migas de panpara mi vuelta.
No cantó el gallo a la mañana pero la luz entró en la casacon la violencia de cientos de ojosfruncidos de ceño. Fue inevitable volver la vista atrás, volverla hacia delantepor ver si nuestros ojos se encontrabanya vestidos. No te preocupes, soy muy discreta, repetiste, pero la discreción sonaba tan absurda con el corazón calado hasta los huesos que el sabor de los besos fue amargo por vez primera. Me fui de allí vestido de indioy con las plumas revueltas, envueltoel corazón en el miedo de haberlo apostado todo a una mano sin haber tenido el valor de levantar tus cartas. Me fui de allí vestido de indio y con las certezas desechas, convencido de que nada volvería a ser como antes, confiado en que nada lo fuera.
Indolentes con el tiempo que perdemos, confiamos que la vida, en un alarde confianza nos devuelva en algún lugar del trayecto el tiempo confinado allá lejos, para contemplar serenos el río que ha de pasarnos a la otra orilla.
Con el dolor almacenado en la alacena, algunos pudieron durante una vida dejar impreso sobre la hoja de un árbol de otoño la belleza caduca de un instante. Otros erraron en la búsqueda y los instantes no fueron de tiempo, sino de heridas mal curadas aún abiertas en su cuerpo yacente.
Quien vive más de una vida, de vagón en vagón, polizón sin fronteras. quien vive más de una vida como una hoja afilada que al besar el corazón lo dejara sin plaquetas… Quien vive más de una vida, dejándolas (botellas abiertas en un día de fiesta) sin enhebro, más de una muerte ha de morir.
Sobrevivir ya era tarea suficiente - pensó Oscar Wilde - para ser la fulana encaprichada de cualquier marinero errante. Ulises ya murió. Más hermoso fue arrojar la vida por la borda, darla toda sin calcular su peso, sin ser puta o ladrón, no hacía falta vivir tantas vidas para que la propia alcanzara el brillo efímero de la juventud. Pero entonces éramos el tiempo en potencia.
Nunca nos fue mal la vida. Siempre estuvimos cíclicamente cercando esa zona de la soledad que aprieta pero no ahoga, y quizá porque la vida era eso, no nos planteamos luchar con las garras panza arriba, porque como las cosas no podían ir a peor –amigo Kafka- mejoraron.
Me gustaría ser como el mimbre, moldeable en las manos del artesano, maleable en las manos de cualquiera. Una maraña de finas venas que, unidas, se hacen fuertes y sobreviven estoicamente al paso del tiempo.
Me gustaría ser como el mimbre, frágil en los momentos de fragilidad, rígido en los momentos de dolor. Ser como el mimbre reposado, un abrazo entretejido y capaz de modelarse en curvas imposibles sin miedo a que todo se rompa, por que esa es tu virtud envidiada: doblarte hasta la ruptura sin que nunca te llegues a romper.