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Cuando Shappa vio por primera veza la mujer del general Casterno fue capaz de bautizarla con nigúnnombre indio.Se enamoró de sus ojos grandes como estrellas de la noche,
profundos como los verdes vallesdonde Relámpago Rojo creció entre lobos y leyendas que hacían imposible el amorentre una mujer blanca y un piel roja.Pero aquella noche, cuando danzaronhasta la madrugada alrededor del fuego,supo que esa mujer sería suyacomo suyos eran los ríos que atravesaban los montes apalaches.Al verla tendida junto a las brasasle pareció que era como una nube rojadel atardecer y que su pielya no era blanca y que su nombreno le era ajeno.Sanuye te llamarás, le dijo, porque eres la última nube que puede verse
antes del manto estrellado de la noche.
Volver a ser imprevisible como un indio
en medio de una fiesta de vaqueros,
enamorar a la mujer del general Caster
sin necesidad de quitarme las plumas
que adornan mi cabellera,
ser el fuego en antiguos rituales sioux
en donde nuestras sombras
abandonen nuestros cuerpos
para hacer el amor en la oscuridad
de la noche,
contarte cuentos que bien podrían ser
poemas sin la necesidad de recurrir
a leyendas indias para que tu corazón
lata en mi mano como lo hace en tu pecho.
Ser el mismo que te roba a partes iguales
lágrimas y sonrisas, sin que eches de menos
las lágrimas o sonrisas al volverme opaco.
Ser toro sentando cuando esperabas
a caballo loco,
ser tu caballo loco cuando todo parece
condenado al sillón de los domingos
con cine de barrio de fondo.
No ser mejor, ni más guapo, ni diferente,
porque me deseas con mi imperfección
maquillada de recursos literarios.
Ser...¿qué es lo que esperas de mi?
Ser...¿sábes que no me salen las palabras
para decir tanto como tu silencio?
Volverme dardo en la palabra
que sea dardo certero en tu corazón,
volverme frío o caliente en la epidermis
de tu cuerpo, seda o papel de lija
cuando el amor se duerma o sea perezoso.
Volver a ser imprevisible como un indio
en medio de una fiesta de vaqueros.
Poveda se retoca la bufanda presumido
mientras mira de reojo a los puristas
del género, pide perdón y no debería
porque es el arte quien reclama
nuevas voces despojadas
de absurdos prejuicios.
No importa si son coplas o tanguillos
lo que canta,
porque salen de su garganta
como la lluvia redentora del otoño,
constante e inevitable como el amor
que aparece inesperadamente
sin reclamarlo.
Se acicala una vez más el pelo
antes de desempolvar una minera
con su cantar amolinado,
una minera que no suena a hueco
y me devuelve una niñez
que no he vivido,
pero es tanta la claridad
con la que suena
que me parece tener la nariz enhollinada
por el polvo carbónico de la tierra.
Convoca también a poetas que como él
no volverán a ser jóvenes,
poetas a los que se les partió el canto
justo cuando el verdor de sus versos
irrumpía como una primavera salvaje
de una ciudad del sur.
Ignoro si la poesía suena mejor
en su canto que en la voz
de los propios poetas,
pero lo hace con tanta nitidez
que sus imágenes y silencios
se adivinan con una claridad
que da miedo.
Las palabras brotan de su boca
como un torrente de puntos finales
que paraliza todos los argumentos
de los que ven el arte
como un instrumento,
de los que tratan ingenuamente
de poner puertas al canto.
Poveda los ametralla con cada sílaba
dulcemente,
hasta hacerlos pequeños y ridículos
como un mal pretexto.
Entre diciembre y febreroexiste la misma distancia que entretu cama y la mesita de noche,un número de pasos recorridosa tientas por el túnel del tiempoque nos permitió, a la luz de los ojos,unir el agua de las bocas con el aceite de los cuerpos.Entre diciembre y febrerohay 2.500 días que dejan de existircuando me miras y ves en mitu mejor perfil,2.500 noches vacías si te miroy reconozco la parte de adelanteque libra del frío a mi parte de atrás.Entre diciembre y febreroexiste la misma distancia que entre los inviernos sucesivos que pasaron sin nieve por nuestro corazones,un tiempo de naranjas dejadas en el árbolcomo esos niños de siete mesesque al nacer ya están muertos.