viernes, 23 de noviembre de 2012

PEEP SHOW


A veces pienso que los recitales de los lunes
son sólo una excusa para mirarte
en secreto desde el fondo de la barra
como un enfermo de cabina de peep show.

Hoy, por ejemplo, vienes vestida de primavera 
y el otoño se me antoja otra excusa
que enciende mi imaginación por debajo
de tu rebeca verde, por encima 
de tu camisa blanca de colegiala
de instituto de pago.

Quizá te haya visto así decenas de veces,
pero desde el fondo de la barra
me recuerdas a esa primera mujer
que me vistió el pecho de caracoles marinos.

Debería prestar atención a los versos
que nos regala el poeta,
pero desde este ángulo de la barra
sólo puedo seguir mirándote en secreto
como un enfermo de cabina de peep show

PREVISIONES METEOROLÓGICAS


Tras escuchar sin parpadear 
las previsiones meteorológicas de La1,
que dan para hacer el amor,
para pelearse sin motivo aparente
e incluso para reconciliarse después,
entendí que pedir perdón o perdonar
es un ejercicio parecido 
al movimiento de las isobaras: 
cuando las altas presiones 
llegan al sur de las bocas
un frente frío acaba entrando
siempre por las palmas de las manos.

martes, 6 de noviembre de 2012

RUFO


Cuando era un niño teníamos un pastor alemán 
en la casa de campo familiar.
Tenía un pedigree envidiable y era nieto
de auténticos campeones alemanes
en no se qué disciplina.
Poseía una intuición muy desarrollada
para empatizar con el estado de ánimo
de cualquier miembro de mi familia.

Quizá por eso nunca lo tratábamos
como un perro ni él mismo se comportaba
como tal, salvo en ciertas noches
en donde la luna llena lucía orgullosa 
en el cielo, iluminando todo el páramo
hasta el río. 

Esas noches aullaba como un lobo
(y no como un hombre) y se escapaba
con una manada de perros salvajes
que malvivía por los alrededores.

Pero Rufo, que es así como se llamaba,
seguía comportándose como un hombre
y cada madrugada, en vez de escaparse
y seguir la llamada de la naturaleza,
acababa volviendo a casa 
con las orejas bajas y el rabo entre las piernas. 

Tampoco ahí mi padre lo trataba como un perro.
Le reñía utilizando argumentos y razones
que sólo los hombres comprenden.
Él se acostaba a los pies de su amo,
sumiso como cualquier hombre
que vuelve tarde a casa y sin excusas 
en una madrugada cualquiera.

Yo nunca me escapo con perros salvajes
que malviven en mis alrededores,
pero en ciertas noches de luna llena,
al volver a casa tras un malentendido,
me acuerdo de mi perro y de que siempre 
se comportó como un hombre.
Así que agacho las orejas
y sumiso me meto en la cama
buscando esa mirada de comprensión
que buscaba mi perro y que muchas veces
yo mismo no sé ofrecer.