sábado, 25 de septiembre de 2010

CATANIA BEDDA


Como dice Sabina, al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver, pero sólo si lo que se busca es encontrarlo todo como se dejó. Las personas cambiamos tanto que una ciudad visitada por segunda vez podría parecer la misma, pero tampoco eso es cierto. Cuatro años han pasado desde que comí por última vez la cartucciata, l'arancino y una buena granita con la brioche, y aunque la ciudad me mira con los mismos ojos sé que tiene nuevas canas, alguna arruga, nuevo sueños.


Desde el avión la encuentro desordenada, caótica, distribuida de una manera muy siciliana alrededor de la falda del Etna, siempre humeante, amenazando con volver a incazzarsi para volver a destruirlo todo por séptima vez (Catania ya ha sido arrasada por la lava seis veces). Esta vez no vengo sólo como en 2005, cuando era un sobreviviente en busca de equilibrio, aunque se podría decir que soy el mismo puzzle que entonces, sólo que más ordenado y sereno. Mi mirada no busca en sus chispazos cortejar a la vida como antaño, porque afortunadamente es ella la que me sigue cercana.

Todas las piedras están en su lugar, geométricas, gastadas. Y en el centro de Piazza Duomo, L'elefantino, un paquidermo africano que recuerda el pasado cartaginés de la ciudad. Frente a él, la catedral, uno de los pocos edificios que no fue levantado con la piedra nera, quizá buscando que su luminosidad exterior entrara en contraste con el alrededor. Pero se hace de noche y me entran ganas de comer. Abandono mis reflexiones y me entrego al placer de la comida siciliana. Por la noche, Catania se adecenta como cualquier otra mujer y saca sus terracitas a la calle, formando unos rincones maravillosos e impensables que no se ven a primera vista.


Al volver la vista tropiezo con la Piazza Università, una de las pocas construcciones restauradas de la ciudad, y junto a ella La Coleggiata, un restaurante coqueto y acogedor que tiene fama de hacer las mejores pizzas de Catania. Comérselo todo es imposible, así que decidimos bajar la cena con un cocktail en un lugar alejado y escogido, que años atrás fue mi cuartel general. Inma y yo no estamos solos, han venido amigos, de los muchos que dejé en la isla, porque si existe una cualidad general que define a los sicilianos es su hospitalidad a corazón abierto. También por eso me gusta L'Agora, porque es un lugar para hablar de cosas importantes en compañía. La particularidad de este albergue es su maravillosa gruta, una grieta abierta en la lava que destrozó la ciudad por última vez en el s.XVII y que, además, se encuentra recorrida por un río junto al que se puede comer y cenar.


A la mañana siguiente, unas voces en dialecto nos despiertan, podría ser el panadero o un simple gorrilla enfadado con los carabinieri, pero en cualquier caso lo tomamos como una señal y nos levantamos. En Sicilia, como en el resto de Italia, los horarios de las comidas son diferentes a los de España (se come y se cena una o dos horas antes), así que la colazzione cobra un papel primordial. Estamos en verano y la ciudad tiene un clima parecido a las ciudades del sur peninsular, así que la mejor forma de empezar el día es con la granita con la brioche, una especie de granizado de múltiples sabores (el de almendra es el más característico de Catania) realizado con leche y que es típico de Sicilia.

Tras el desayuno, con una voces que parecen de marineros llegados a puerto se anuncia la fiera, un mercado caótico e interesante que ofrece por sus pasillos un recorrido necesario por el corazón de la ciudad y sus gentes. Sólo así se pueden entender las contradicciones que han hecho de la isla un maravilloso material de cuentos, leyendas y películas imprescindibles. No existe ya la mafia, aquella que utilizaba el lenguaje de las pistolas para hacerse entender, pero la sensación de que su recuerdo aún vive se ve en cada uno de sus rincones. Ahora es blanca, dicen, aunque yo creo que simplemente se ha civilizado y que nunca desaparecerá.


Fundamental es también la pescheria, otro de los mercados de la ciudad en el que se puede comprar el mejor pescado y carne de caballo de Catania. Está situado junto a la catedral, en el barrio al que da nombre, y una de sus estradas está presidida por la fontana de Fernando de Aragón, una pequeña construcción en mármol que homenajea, con la boca pequeña, nuestro paso conquistador por el 'Reino de las dos Sicilias'.
Pero el tiempo pasa velozmente y del viaje van cayendo los días como las hojas de los árboles en invierno. La ciudad no es muy grande, pero aún debemos encontrarnos con la Piazza Teatro Massimo recién restaurada, una plaza situada a las espaldas de la catedral que conocí en obras y que no pude disfrutar en su esplendor, durante las largas noches de bordello que pasé en los múltiples garitos que adornan su madrugada.
Así como me marché de la isla hace ahora casi cinco años, el viaje agota sus últimas horas del mismo modo que los sin techo su cartón de vino, así que Inma y yo nos proponemos despedir a la ciudad junto a Villa Bellini, el segundo mayor jardín de Catania. Allí, en una de las esquinas del giardino se encuentra Scardaci, una pastelería-confitería que presume, y no en vano, de hacer los mejores cannoli cataneses (aquellos rellenos de ricota). Con su dulzor en el paladar, nos marchamos al hotel caminando, con la ciudad milagrosamente en silencio y convencidos de que, sin maldad alguna, hemos contradicho lo defendido por el cantautor en su verso.

2 comentarios:

  1. Muy buena Crónica de un viaje anunciado. Creo que apunto Catania en mi lista de excursiones pendientes... Qué buena redacción amigo!

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  2. Gran crónica, sí señor.
    Y bonita ciudad Catania, bastante parecida (lo poco que la conozco) a nuestra Murcia.

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