martes, 27 de diciembre de 2011

SANUYE ("NUBE ROJA AL ATARDECER")

Cuando Shappa vio por primera vez
a la mujer del general Caster
no fue capaz de bautizarla con nigún
nombre indio.

Se enamoró de sus ojos grandes
como estrellas de la noche,
profundos como los verdes valles

donde Relámpago Rojo creció entre lobos
y leyendas que hacían imposible el amor
entre una mujer blanca y un piel roja.

Pero aquella noche, cuando danzaron
hasta la madrugada alrededor del fuego,
supo que esa mujer sería suya
como suyos eran los ríos
que atravesaban los montes apalaches.

Al verla tendida junto a las brasas
le pareció que era como una nube roja
del atardecer y que su piel
ya no era blanca y que su nombre
no le era ajeno.

Sanuye te llamarás, le dijo, porque
eres la última nube que puede verse
antes del manto estrellado de la noche.

lunes, 26 de diciembre de 2011

SHAPPA ("RELÁMPAGO ROJO")


Volver a ser imprevisible como un indio
en medio de una fiesta de vaqueros,
enamorar a la mujer del general Caster
sin necesidad de quitarme las plumas
que adornan mi cabellera,
ser el fuego en antiguos rituales sioux
en donde nuestras sombras
abandonen nuestros cuerpos
para hacer el amor en la oscuridad
de la noche,
contarte cuentos que bien podrían ser
poemas sin la necesidad de recurrir
a leyendas indias para que tu corazón
lata en mi mano como lo hace en tu pecho.

Ser el mismo que te roba a partes iguales
lágrimas y sonrisas, sin que eches de menos
las lágrimas o sonrisas al volverme opaco.
Ser toro sentando cuando esperabas
a caballo loco,
ser tu caballo loco cuando todo parece
condenado al sillón de los domingos
con cine de barrio de fondo.
No ser mejor, ni más guapo, ni diferente,
porque me deseas con mi imperfección
maquillada de recursos literarios.
Ser...¿qué es lo que esperas de mi?
Ser
...¿sábes que no me salen las palabras
para decir tanto como tu silencio?

Volverme dardo en la palabra
que sea dardo certero en tu corazón,
volverme frío o caliente en la epidermis
de tu cuerpo, seda o papel de lija
cuando el amor se duerma o sea perezoso.
Volver a ser imprevisible como un indio
en medio de una fiesta de vaqueros.

martes, 20 de diciembre de 2011

UN TORRENTE DE PUNTOS FINALES (A MIGUEL POVEDA)


Poveda se retoca la bufanda presumido
mientras mira de reojo a los puristas
del género, pide perdón y no debería
porque es el arte quien reclama
nuevas voces despojadas
de absurdos prejuicios.

No importa si son coplas o tanguillos
lo que canta,
porque salen de su garganta
como la lluvia redentora del otoño,
constante e inevitable como el amor
que aparece inesperadamente
sin reclamarlo.

Se acicala una vez más el pelo
antes de desempolvar una minera
con su cantar amolinado,
una minera que no suena a hueco
y me devuelve una niñez
que no he vivido,
pero es tanta la claridad
con la que suena
que me parece tener la nariz enhollinada
por el polvo carbónico de la tierra.

Convoca también a poetas que como él
no volverán a ser jóvenes,
poetas a los que se les partió el canto
justo cuando el verdor de sus versos
irrumpía como una primavera salvaje
de una ciudad del sur.
Ignoro si la poesía suena mejor
en su canto que en la voz
de los propios poetas,
pero lo hace con tanta nitidez
que sus imágenes y silencios
se adivinan con una claridad
que da miedo.

Las palabras brotan de su boca
como un torrente de puntos finales
que paraliza todos los argumentos
de los que ven el arte
como un instrumento,
de los que tratan ingenuamente
de poner puertas al canto.
Poveda los ametralla con cada sílaba
dulcemente,
hasta hacerlos pequeños y ridículos
como un mal pretexto.

jueves, 15 de diciembre de 2011

LA NIEVE NO CAÍDA

Entre diciembre y febrero
existe la misma distancia que entre
tu cama y la mesita de noche,
un número de pasos recorridos
a tientas por el túnel del tiempo
que nos permitió, a la luz de los ojos,
unir el agua de las bocas
con el aceite de los cuerpos.

Entre diciembre y febrero
hay 2.500 días que dejan de existir
cuando me miras y ves en mi
tu mejor perfil,
2.500 noches vacías si te miro
y reconozco la parte de adelante
que libra del frío a mi parte de atrás.

Entre diciembre y febrero
existe la misma distancia que entre
los inviernos sucesivos que pasaron
sin nieve por nuestro corazones,
un tiempo de naranjas dejadas en el árbol
como esos niños de siete meses
que al nacer ya están muertos.