Hay una ciudad en donde las soledades aún se miran un instante antes de cruzar los chaflanes de las plazas, los pasos de cebra corridos sobre el asfalto por el calor. Después desaparecen en silencio como un ovillo de lana tras la puerta, dejando tan solo un hilillo de esperanza a su paso. En una ciudad así, en donde la soledad no puede compartirse de manera alguna, uno no puede soñar ni siquiera con los ojos abiertos, tan solo recordar otras ciudades en donde hacer estas mismas cosas de siempre sin sentir sobre el pecho ese peso que deja agosto sobre el alma. Un par de yonkis discuten en la puerta de una iglesia: los beatos tampoco vendrán hoy. Mas nos valdría colgarnos de una soga, dice uno. Y si vienen mañana, responde resignado el otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario