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MURCIA EN VERANO II
Hay una ciudad en donde las soledades
aún se miran un instante
antes de cruzar los chaflanes de las plazas,
los pasos de cebra corridos
sobre el asfalto por el calor.
Después desaparecen en silencio
como un ovillo de lana tras la puerta,
dejando tan solo un hilillo de esperanza
a su paso.
En una ciudad así, en donde la soledad
no puede compartirse de manera alguna,
uno no puede soñar ni siquiera
con los ojos abiertos,
tan solo recordar otras ciudades
en donde hacer estas mismas cosas
de siempre sin sentir sobre el pecho
ese peso que deja agosto sobre el alma.
Un par de yonkis discuten en la puerta
de una iglesia: los beatos tampoco vendrán hoy.
Mas nos valdría colgarnos de una soga,
dice uno. Y si vienen mañana,
responde resignado el otro.
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