He vivido intensamente en una lágrima fácil durante varios días, quizá fueron años escondidos que salieron del armario como una estampida en mitad de la Quinta.
No busqué llorar en la felicidad ni en la tristeza, pero soy como una melancolía evitable que se busca enfermizamente.
Me subo a la montaña rusa cada cierto tiempo para que no se nos olvide que somos afortunados, para que no se me olvide que he vivido, y asumo gustoso los efectos secundarios de este vicio de amar en cualquier parte, de amar pese a la gente que solo ama en privado.
Abrazo con sinceridad esta tierra que me acoge sin importar que no entienda ciertas cosas o que la generosidad no sea plenamente compartida, porque me roba un corazón forjado en el extrarradio del mundo, y mientras así sea nuestro recuerdo no podrá corromperse.
Es extraño que haya tenido que ser aquí, en esta ciudad construida a pesar de las razas en donde haya descubierto que las lágrimas no son enteramente dulces o saladas, apropiadas o inoportunas, sino simplemente inevitables.
Dejo un trocito del corazón como ya lo hice en otro tiempo y otro idioma, como siempre hago para recordarme el camino, sin miedo a ir descorazonándome poco a poco e irremediablemente.
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