Las luces de la noche no brillan ya más que en el recuerdo, cuando andábamos como gatos mojados debajo de cualquier nube. Los espejos, los cristales de las botellas y las miradas nos devuelven la imagen de un Max Estrella venido a menos, sin motivos para deambular, sin excusas para abrazarnos a las farolas como a pecios salvadores. El alcohol no nos vuelve ya adivinadores de sueños, no nos convierte en elocuentes muchachos sin nada que perder, ni siquiera nos sirve de excusa para disparar con la mirada desde ciertos ángulos de la noche. La única farola que reconozco ya es la que alumbra mi llegada a tu portal, cuando en noches como esta, sin albas sangrientas que nos anuncien, me esperas en lo oscuro de un cuarto para decirme te quiero, desvístete rápido o pégate a mi que me sacudas el frío.
Como un ciego clarividente, que tal vez no le alcancen los ojos para distinguir la línea blanca de las calles, pero sí ve el camino recto, la vía segura, conocida, amiga que le aproxima, naufrago de la noche, a los refugios cálidos que cobijan toda hambre.
Como un ciego clarividente,
ResponderEliminarque tal vez no le alcancen los ojos
para distinguir la línea blanca de las calles,
pero sí ve el camino recto,
la vía segura, conocida, amiga
que le aproxima, naufrago de la noche,
a los refugios cálidos
que cobijan toda hambre.
Me gusta este poema tuyo Alberto.
Saludos de Bohemia.